Postración

Estos días paso cada vez más tiempo pegado a mi maquina y no me parece que esto sea malo, al menos no completamente, pero hoy me ha dejado pensando en algo que hace tiempo que no pasaba por mi mente. Ya no puedo imaginar a alguien escribiendo en algo aparte de una computadora, aunque los legal pads amarillos no han visto lo ultimo de mi, pues sigo recurriendo a ellos, ya no puedo verme escribiendo cualquier cosa sino es en mi maquina, ni siquiera otra estúpida tarea más para la escuela o lo que sea. Y me pregunto qué tanto afectara esto a la manera en que escribo.



Mi mejor amigo en el mundo, en ocasiones me comentaba que él no escribía igual cuando se tomaba unos martinis del Ortegas que cuando tomaba cualquier otra cosa, ya fuera el tan frecuente ron con coca-cola de aquellos días o las eventuales cervezas que lo ponían curiosamente violento en un principio.



Aunque borrachos, son muchos los recuerdos que guardo de aquellos días en que nos frecuentábamos tanto y recorríamos las calles de Tijuana hasta la mañana de los días siguientes de cuyas noches las pasaríamos muy probablemente de la misma manera, no importa si fuera robando las botellas de vino de una entrega de premios en el palacio municipal, en la Plaza Fiesta de antes, cuando el Ranas Bar aún existía, o en el Turístico o la Ballena con la música norteña a todo volumen y una que otra puta de más de cuarenta años de experiencia, después de algunos martinis en un restaurante que para entonces sólo se le podría llamar semi-fresa en Playas de Rosarito.



Pero la verdad es que me cuesta mucho recordar tiempos durante los que él y su hermana no estuvieran presentes en mi vida, que sin ellos probablemente sería muy diferente y yo no tendría muchos de mis recuerdos más preciados, claro que no todos, algunos de los más recientes se los debo a mi novia. Pero sé muy bien que les debo mucho a ellos y que jamás los olvidare, sería como olvidar una vida entera.



Recorríamos la ciudad entera desde la cinco y diez que en ocasiones llego a parecer el centro del universo, el lugar desde el cual se podía llegar a cualquier destino que uno pudiera nombrar, sino era en taxi o en camión quizá en calafia, que sería un intermedio entre los dos anteriores y la otra opción que sería caminar, hasta los congales más bajos de la calle segunda y Coahuila donde los gringos que van llegando a pie desde San Ysidro en busca de un poco de diversión, se mezclaban con los mariachis asaltantes y las putas de cincuenta pesos. Aunque esto cambio más adelante cuando el carro de alguna de nuestras madres se convirtió en la primera opción, y vaya que siempre fue la mejor y más cómoda.



Pero, hoy esos días no son más que el pasado, el cual solamente se puede vivir a través de los recuerdos almacenados en nuestras mentes. Los años pasan y nadie ha ocupado el lugar que ellos ocupan en mi, al igual que Gordon Lachance, yo sé que amigos como ellos sólo se tienen una vez en la vida si se tiene suerte, y por alguna razón yo la tuve y estoy agradecido por ello.



Me pregunto si esta maquina de la cual dependo tanto podrá ser como aquellos martinis del Ortegas. La maquina y yo. Qué tanto influimos el uno en el otro, es por mi que lo que hay en ella es así, si fuera de alguien mas otra faz ella tendría, pero no es así, cuanto de lo que hay en mi la maquina lo ha puesto ahí, no lo sé, pero estoy seguro que esta relación simbiótica no ha sido unidireccional, así como esta ciudad en la que vivo hoy influye en mi, así como la ciudad en que viven ahora ellos les hace lo mismo. Y ahora sentado aquí frente a mi tan preciada maquina, no puedo evitar el preguntarme si los domingos se viven igual allá que en Tijuana o aquí en el infierno… bueno en uno de tantos.